Son 300 ex presas políticas de la dictadura que vienen a exigir que no demuelan la vieja cárcel de Devoto donde estuvieron confinadas
Son 300 mujeres que en ese lugar sombrío de dolor y castigo, custodiaron sueños y revoluciones de amor y poesía cuando la patria era sometida por el terrorismo de estado. Allí donde los dictadores las encadenaron, ellas convirtieron en cuna su presidio. Y allí cantaron las canciones de Cafrune, Lito Nebbia, Spinetta, la Negra Sosa, Serrat, Víctor Jara, Violeta Parra, Miguel Cantilo y Los Beatles y bailaron a escondidas un chamamé y una zamba.
“Viento dile a la lluvia que quiero volar y volar”, aún se escucha cantar por los barrotes de Devoto en algunas noches.
Son 300 ex presas políticas que subvirtieron el cielo, la tierra y los mares inaugurando un tiempo de mujeres que arrancó allá lejos con la Juana Azurduy, pasó por Evita y llegó a nuestros días hecho movimiento.
Vienen a Buenos Aires en medio de la lluvia y los cierres de listas electorales y un gobierno que concentra su poder de odio y racismo, de odio y antifeminismo, de odio y xenofobia, de odio y espionajes, de odio y represión salvaje, de odio y Santiago y Nahuel y disparen contra los feriantes y que no quede en pie cartonero alguno, de odio y hombres y mujeres sobreviviendo en las calles con el hambre a cuesta.
Son 300 mujeres que lucharon y luchan contra los mismos odios de esos poderosos que son los mismos de siempre.
Son 300 ex presas políticas a las que los represores les vomitaron en la cara que no saldrían vivas de ese infierno o saldrían locas y mutiladas por dentro y por afuera, humilladas, torturadas, manoseadas, violadas, enviudadas, olvidadas.
Ellas fueron las que hicieron posible los juicios de lesa humanidad, sentando en el banquillo de los acusados a los genocidas y sus cómplices necesarios. Démosles las gracias por tanta humanidad. Si otros no lo hacen, tengamos el pudor nosotros de ser agradecidos.
Ellas fueron las que se reconstruyeron como mejor pudieron y entonces fueron madres y abuelas, trabajadoras a destajo, médicas, abogadas, arquitectas, escritoras, psicólogas, artesanas de su propio destino. Poetas, todas. Su única venganza fue intentar ser felices. Y no siempre pudieron.
Llueve sobre Buenos Aires, como si hiciera falta tanta lluvia para aliviar el fuego de esta memoria que atraviesa nuestra historia gracias a ellas y a las Madres y a las Abuelas y a los ex presos políticos de la dictadura y a la nueva militancia que se incorporó con Néstor y Cristina.
Que nadie olvide de ellas y que les regalen flores y canciones y las acompañen de pie cuando las vean marchar tan libres y valientes como siempre fueron. Que se las pueda honrar en vida es una forma de ser un poquitín mejores como sociedad.
No hay derecho a olvidarlas como en otros tiempos se olvidó a la Juana Azurduy, la Generala de la Patria, la que luchó por la Independencia a la par de Belgrano y Martín Miguel de Güemes y de su compañero Manuel Padilla y que mendigó abandonada en las calles sus últimos años de vida y a Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru y Bartolina Sisa, compañera de Túpac Katari en el Alto Perú, guerreras de la Independencia y muertas en la horca del invasor colonialista.
No hay derecho a olvidar a Manuela Gandarillas, aquella heroína ciega que encabezó la lucha de 300 mujeres peleando hasta dejar su vida en la batalla contra las tropas realistas.
No hay derecho a olvidar a la Madre de la Patria, nombrada así por el General Belgrano, María Remedios del Valle, muerta en plena miseria en las callecitas de Buenos Aires y a Manuela Sáenz, la libertadora del Libertador Simón Bolívar, como él la llamó.
No hay derecho a olvidar a Eva Perón, apedreada por su condición de mujer, peronista y revolucionaria y ultrajada hasta en su lecho de muerte.
Ni olvido ni perdón, sólo memoria y amor.
No hay derecho a olvidar a las mujeres masacradas en Trelew y que pintaron LOMJE con su sangre en su martirio y a Norma Arrostito, Alicia Eguren, Claudia Falcone y Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Careaga y las monjas solidarias de la Iglesia Santa Cruz y las pibas de la Noche de los Lápices y todas las mujeres desaparecidas y asesinadas por la última dictadura.
Son 300 mujeres las que veremos en estos días. Ellas son el eco de todas esas mujeres que amaron y lucharon con la misma pasión; fueron sus compañeras.
La patria que hay que recuperar en Octubre tendrá el perfume de estas mujeres y ese fuego y ese llanto mordido en la mesa de tortura y esa risa que despierta todos los gorriones y esa ternura y esa constancia y esas convicciones.
Si no hay memoria, no hay patria. Aprendamos de ellas. Siempre estamos a tiempo.
Que así sea.