Con la promulgación de la ley que reglamenta la disposición de residuos domiciliarios para los próximos años se inicia un largo proceso que demandará un verdadero cambio de hábitos en la población: modificar la actitud displicente que tenemos con los residuos que generamos en nuestros hogares para adoptar una conducta responsable. Esto significa tomar conciencia del enorme daño que la disposición de la basura genera en el ambiente y actuar en consecuencia.
Cuando la quema domiciliaria de residuos fue prohibida en 1980 en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires se dio un paso innegable hacia la mejora de la calidad de vida de los porteños, cuyos amaneceres se opacaban tras un manto de humo generado por decenas de miles de incineradores que los porteros de edificios activaban bien temprano y en apariencia simultáneamente. Una constante de la época era la ropa blanca tendida en las terrazas que se manchaba con el hollín que caía literalmente por toneladas a lo largo y ancho de la metrópoli.
En esa época los porteños nos adaptamos al cambio a regañadientes ya que la alternativa consistió en costosas compactadoras de residuos que los edificios de propiedad horizontal debieron instalar por ley extendiendo la sospecha de un gran negociado de las autoridades municipales con los proveedores de equipos de compactación. Así y todo, el cambio se produjo y algunos hábitos se modificaron. Unos años después, ya en democracia, dejó de ser obligatorio compactar la basura en los edificios de propiedad horizontal antes de sacarla a la vereda y en su lugar los residuos fueron comprimidos por los camiones recolectores, cada uno de los cuales tiene instalada sus propias compactadoras.
A partir de la crisis del 2002 aparece un nuevo actor en la escena social: el desocupado que ante la falta de empleo se convierte en cartonero. Si bien la denominación era conocida, sobretodo a partir de la fama del cartonero Báez —aquel testigo de la reyerta del boxeador Monzón que terminó con la vida de su cónyuge— en realidad era bastante improbable que un residente urbano se cruzara con alguno en el curso de su vida. Hoy día, resulta improbable no cruzarse con varios durante una jornada cualquiera sobretodo al anochecer cuando la basura se saca a la vereda. Los cartoneros hacen en parte lo que la nueva ley propicia: separación (para el caso cuasi domiciliaria) de los residuos húmedos —los restos de comida que constituyen basura orgánica— de los secos: vidrios, plásticos, metales, papel, etc. En realidad la denominación “cartonero” deviene del hecho de que la recolección de papeles y cartones es la modalidad más difundida dentro de esa actividad ya que existen muchos acopiadores que se los compran (y vale acotar: a precio vil) siendo que la industria del papel reciclado está muy extendida. Por otra parte, la emergencia del cartonero hizo desaparecer al botellero. Éste recorría los barrios buscando botellas vacías y ocupaba el nicho específico del reciclado del vidrio.
Los centros verdes
Cabe acotar que haber denominado Basura Cero a la ley en cuestión no resulta acertado: el fin que se persigue es cero contaminación proveniente de los residuos domiciliarios. La Ciudad seguirá produciendo 4500 toneladas diarias de basura o más, pero a medida que los procesos se vayan perfeccionando, cada vez menos desechos reutilizables serán enterrados en el cinturón ecológico junto con la basura orgánica. Para el año 2020 se alcanzaría la meta Contaminación Cero, es decir sólo se enterraría basura orgánica —cuya descomposición produce los nutrientes que fertilizan el suelo en forma natural— en tanto que todas las botellas de vidrio, plástico o alumino, todos los trozos o piezas de metal, etc. habrían sido separadas en los denominados “centros verdes”. Éstos son una parte esencial de la ley que acaba de tener el respaldo del Ejecutivo porteño: se trata de depósitos cerrados de acopio en cuyo ámbito se realizará la segunda separación.
Para la instalación de estos depósitos hace falta en primer lugar una modificación del Código de Planeamiento Urbano, que ahora lo impide y en segundo lugar su materialización o sea, encontrar los lugares adecuados que minimicen los traslados de los insumos hacia ellos y que al mismo tiempo no provoque conflictos con la población aledaña, algo que en la práctica es probable que choque con serias dificultades.
El otro conflicto que se avecina es con los actuales cartoneros. Las plantas de reciclado que se instalen en los centros verdes ¿Estarán obligadas a contratarlos? ¿Habrá trabajo para todos?.