El asentamiento se fue incrementando con el arribo de otros hombres, pero junto a ellos fueron llegando también mujeres y niños. Hoy hay siete chicos en el lugar. La situación de esta gente es desesperante. Las casillas están armadas a ambos lados de la vía. El tren pasa a centímetros de ellas.
No se ha producido todavía ningún accidente con lesiones o consecuencias fatales, pero ya hubo un preaviso: el vagón de una formación descarriló al engancharse con un sofá “mal estacionado”. (“La culpa fue nuestra” comentó nuestro informante, haciéndose cargo de la responsabilidad como miembro del conjunto). A raíz del percance el tren quedó detenido sobre la avenida Almirante Brown cortando el tránsito durante varias horas. La versión que habíamos escuchado antes de indagar era bien distinta: “Pusieron una mesa y sillas en las vías y no dejaban pasar al tren”.
Como quiera que sea y más allá de los incidentes puntuales, el presente de estos hombres y mujeres, de familias, de niños, no puede ser peor; la perspectiva de mejorar, remota e improbable, por no decir imposible. Forman parte de una legión de trabajadores informales con bajo nivel de escolaridad o destrezas especiales y por lo tanto sin posibilidades de acceder a un trabajo digno. Sobreviven cartoneando, almorzando en comedores comunitarios, realizando alguna que otra changa, mendigando. Desde luego no tienen donde vivir, ni pueden pagar un alquiler. Leemos: “En la Ciudad de Buenos Aires ya no se puede alquilar nada por menos de 700 pesos”. La vida que es dura en general para todos, parece haberse ensañado ferozmente con ellos. El alcohol suele ser una forma de escape. Algunos hombres viven en un estado de ebriedad permanente, compran los tetrabrics apenas abre el supermercado y ya no paran.
La perspectiva de los vecinos
El progresismo social del hombre o mujer de clase media termina donde comienza el primer indigente instalado frente a su domicilio. Éste no es un axioma, pero describe lo que pasa con muchas personas sensibles que, sin embargo, no quieren sufrir en su propio vecindario las consecuencias de la injusticia social, en vivo y en directo. Ni que hablar del reaccionario/a: se horroriza ante la visión de los desclasados a quienes aborrece sin culpa. Son todos vagos, borrachos, prostitutas, “¿Para qué tienen hijos como conejos?”. Reclaman un Bussi que los reubique en Santiago del Estero.
En el caso que nos ocupa, los vecinos más perjudicados viven en el Edificio 35 a la altura 321 de la calle Necochea, Catalinas Sur. El monoblock está justo frente al asentamiento. En busca de soluciones, el Consorcio de Propietarios acudió a la Fiscalía de La Boca, a la Policía Federal, al Defensor del Pueblo de la Nación, al Gobierno de la Ciudad, al Director del Hospital Argerich y a la empresa Ferrosur-Roca, concesionaria del ramal afectado.
El administrador del edificio facilitó las actuaciones a La Urdimbre. La nota de reclamo afirma que
“… la situación se agrava día a día y noche a noche, ya que el comportamiento de esas personas se torna violento y peligroso. Gritos y peleas incesantes con alto grado de violencia, roturas de vidrios de automóviles en la playa de estacionamiento del edificio, actividades sexuales a la vista de los vecinos, aún de los niños, encendido de fuego sobre las paredes medianeras del hospital lindero provocando grandes cantidades de humo con riesgo de incinerar los árboles pertenecientes a los jardines del consorcio; además de satisfacer sus necesidades fisiológicas, a la vista de todos, en todo el tramo de la vía y peligrando su integridad y la de los niños que integran sus familias por el paso de la locomotora y vagones del tren. Todo conforma una situación por demás desesperante y difícil de sostener. Los vecinos llaman incesantemente al comando radioeléctrico de la policía federal, que se presenta toda vez, pero sin proceder por no tener una orden judicial del Gobierno de la Ciudad. Por todo lo expresado precedentemente reiteramos a ustedes el pedido hecho oportunamente al CGP 3 de una urgente solución a nuestro problema, a fin de evitar se sucedan hechos de mayor gravedad. Comunicamos a ustedes que desde el momento de ser recibida esta carta, responsabilizaremos a las autoridades del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires, a la empresa ferroviaria Ferrosur–Roca, a la Policía Federal Argentina, y a cualquier otro organismo con competencia e incumbencia de los daños que la inacción provoque. Todo ello sin perjuicio de iniciar las acciones judiciales que, conforme a derecho, nos corresponde”.
Días atrás un propietario del barrio llamó a nuestra redacción para quejarse “por el artículo que habíamos publicado en contra de la gente del asentamiento”. Desde luego se trataba de un error ya que nunca nos habíamos ocupado de este tema específicamente ni en la revista ni en nuestro sitio web. De todos modos, la llamada sirvió para sostener un diálogo con un hombre que dijo haber tenido varias intervenciones coronarias y que no estaba para “hacerse mala sangre” porque –sostuvo– “ los ayudo con lo que puedo” a raíz de lo cual se habrían suscitado algunas discusiones con otros vecinos. “Yo no traiciono mis orígenes” agregó nuestro interlocutor.
En el país que va a construir el tren bala de 4.500 millones de pesos, con un boleto Buenos Aires-Córdoba que podría rondar los 700 pesos –o sea un mes de alquiler modesto– no parece haber lugar para quienes cayeron fuera del impiadoso sistema que regula nuestras vidas. En el país de los chacareros pobres de la pampa húmeda –los dueños chicos de apenas 50 hectáreas valuadas entre 500 mil y 750 mil dólares– dispuestos a voltear al gobierno que no voltea las retenciones, tampoco.
Perdieron el tren. Algunos –burla del destino– están literalmente en las vías. Es el caso del conjunto humano que sobrevive en el bajo fondo del Hospital Argerich.