Pasaron 50 días desde que el coronavirus acabara con la vida de Ramona Medina, la primera en denunciar la falta de agua en plena pandemia, pero su reclamo continúa vigente entre sus compañeros quienes sostienen: “Lo dio todo, le costó la vida y aun así no alcanza”.
“Vengan y vean la desesperación de no tener agua y el miedo a contagiarnos”, así cerraba un video que se volvió viral el pasado 3 de mayo en el que Ramona Medina denunciaba la falta de agua en el barrio Padre Mugica. Once días después le diagnosticaron coronavirus y 72 horas más tarde murió, dejando un nudo en la garganta de sus compañeros y la promesa de seguir con su lucha.
El video de Ramo, como la llamaban sus compañeros, familiares y amigos, con la voz entrecortada y al borde de las lágrimas, se difundió rápidamente y logró que muchos medios de comunicación se acercaran al barrio a escuchar el testimonio de los miles de vecinos que enfrentaban la pandemia en desventaja.
“Ramo logró eso, que nos escuchen y que vean la realidad del barrio. No fue casualidad que se contagie, puso el cuerpo, lo dio todo”, dijo a Télam Lilian Andrade durante una recorrida por el barrio. Las dos mujeres compartían militancia en la organización social La Poderosa desde hacía cinco años.
“Te quedás con un nudo en la garganta, ella hizo mucho, dio todo, le costó la vida y aun así no alcanza. Cuando recién empezó la cuarentena pedimos protocolos para el barrio y nos decían que no los tenían. Nos piden higiene y no hay agua, nos piden distancia y no podemos hacerla en nuestras casas”, sentenció la joven de 27 años.
La casa de Ramona, en la manzana 35, es un ejemplo de ese hacinamiento: “Era muy chiquita”, por eso, antes de que se decrete el aislamiento obligatorio, era moneda corriente verla a ella y a su familia “sentados en la puerta, la mesa para comer se armaba afuera porque adentro no había lugar”, recuerda Lilian.
“Por eso, su casa era parada obligada de camino al local, si pasabas por ahí te invitaba algo de comer o un mate y te ponías a hablar siempre, porque ella era así, atenta, quería resolver todo y escuchaba las problemáticas de cualquier vecino que pasaba”, relató Lilian con la voz entrecortada, intentando no quebrarse.
Ramona tenía 42 años, vivía junto a su marido, sus dos hijas y dos sobrinos a quienes tenía a cargo. Era insulinodependiente, lo que la ponía dentro de los grupos de riesgo ante el coronavirus. Por ello, ya en marzo tuvo que dejar de asistir a la posta de salud que llevaba adelante en la Casa de las Mujeres y Disidencias, que la organización tiene en el barrio.
“Intentó cuidarse, intentamos cuidarla, pero a veces parece que no le importamos al Gobierno (de la Ciudad), porque en una situación delicada nos deja sin agua, reclamamos y salen en los medios diciendo que ya está solucionado el tema y es mentira”, explicó la joven militante. (Fuente: Télam)