Por Héctor Corti, de ANC-UTPBA
Se cumplen trece años del asesinato del periodista y militante de la UTPBA Mario Bonino, quien fue secuestrado el 11 de noviembre de 1993, y cuatro días después, el 15 de noviembre, su cuerpo apareció flotando en el Riachuelo.
Ya pasaron trece años de un crimen en donde hoy todavía quedan todas las preguntas sin responder y como resultante de esa realidad, surgen algunas certezas: la perdurabilidad en el tiempo de aquella impunidad construida al calor del gobierno menemista, la escasa vocación para llevar adelante una investigación seria y profunda que tenga como objetivo final la justicia, y el silencio cómplice de quienes trataron y tratan de enterrar este asesinato en el olvido.
La UTPBA a lo largo de estos años habló, escribió y actuó mucho respecto del asesinato de Mario: la denuncia nacional, regional e internacional; las presentaciones ante la justicia; las movilizaciones; los actos; sin embargo nada de todo eso pudo contra semejante impunidad.
¿Quiénes fueron los ideólogos, los ejecutores y los cómplices de tan aberrante crimen? ¿Dónde, cuándo, cómo y por qué lo hicieron? Esas son algunas de las preguntas que familiares, amigos y compañeros de Mario se vienen haciendo desde hace trece años. Pero sólo se las pudieron responder a través de especulaciones. Es que la impunidad de la que gozan los autores materiales e intelectuales del asesinato parece ser mucho más fuerte que cualquier intencionalidad para su esclarecimiento.
Es verdad que en una sociedad donde prevalecía el neoliberalismo, la dictadura de mercado, el menemismo, la corrupción, el poder mafiatizado, la desaparición del Estado, la concentración económica, la desocupación y la miseria, el de Mario Bonino no fue el único crimen que quedó impune.
Pero hay que tener buena memoria. El asesinato de Mario tuvo una escasa y fugaz repercusión en la mayoría de los medios periodísticos controlados por los principales grupos mediáticos, y en algunos casos, más allá de los infructuosos intentos de muchos compañeros por publicar, aunque sea, algunas líneas.
También hubo hipócritas comentarios de algunos de los “profesionales”, cómplices del poder, que intentaron imponer la teoría del suicidio de Mario, y hasta se atrevieron a ensuciar su imagen sembrando malignamente dudas sobre su vida personal.
Claro, Mario era un periodista con una transparente militancia en una organización como la UTPBA. Lo que para algunos es “políticamente incorrecto”. Será por eso, que muchos de esos periodistas que se declaran “independientes”, y que separan la actividad profesional de la ideología, casualmente se olvidaron -y se olvidan- de incluir su asesinato impune, en sus agendas de noticias y comentarios.
Sin embargo, para la amplia franja de trabajadores de prensa que componen la UTPBA, así como la de muchas organizaciones sociales, sindicales, políticas y de derechos humanos que aportaron su solidaridad, Mario Bonino es recordado como un luchador, un hombre con ideología, alguien que creía que un mundo mejor y más justo era posible.
Quien siga su huella podrá recordar que Mario puso su inclaudicable militancia, junto a las de otros compañeros, para garantizar aquel histórico y multitudinario acto realizado en Plaza de Mayo el 16 de septiembre de 1993, para denunciar las agresiones que venían sufriendo los periodistas. La consigna de aquel día fue “Por la Vida contra la Impunidad”.
Recorrer los caminos por donde transitó Mario significa encontrar anécdotas desopilantes, recuerdos queridos y entrañables, pero por sobre todo elogios bien ganados. Porque para cientos de compañeros que compartieron esa cotidianeidad Mario era solidario, sincero, gran compañero, buen tipo, alegre, militante, pícaro, comprometido, luchador, querible, sensible, leal y noble.
“Para conseguir lo que uno quiere tiene que pelear”, era una de las frases que más repetía a todo aquel que lo quisiera escuchar. Y la pelea es diaria, como el recuerdo de Mario. Por eso, tal como el creía, es necesario el hombre organizado. Es necesario dar batalla todos los días sin bajar los brazos.
Y es necesario que la impunidad de sus asesinos no sea eterna