Algunos, los menos, tenían un puesto a los largo de los 200 metros de vereda entre la terminal de ómnibus y la estación Retiro de trenes. Pero, el lugar se había convertido en un gran bazar persa que –entre otras cosas– obligaba a los transeúntes a bajar al empedrado, operación particularmente penosa si Ud. arrastraba algún equipaje y el día era lluvioso. En una medida razonable el gobierno de la Ciudad los desalojó de allí. A cambio, les ofreció mudarse a los galpones construidos enfrente a metros de la torre de los Ingleses. El nuevo emplazamiento daría cabida a muchas más plazas: alrededor de 600 puestos estarían disponibles para ser alquilados los fines de semana a razón de 12 pesos por día.
Al cabo de algunos meses de funcionamiento en el nuevo sector, la mayoría se dio cuenta de una realidad: vendían poco y nada porque la zona elegida era inadecuada.
Las tratativas con el GCBA les permite ahora utilizar uno de los lugares que mayor cantidad de público atrae los fines de semanas en Buenos Aires: la zona de Puerto Madero. Los feriantes extienden sus puestos cerca de la fuente de Las Nereidas, desde Rosario Vera Peñaloza hasta Elvira R. de Dellepianne sobre 100 metros de Av. Calabria paralela a la Costanera Sur. El sector se ha convertido en una suerte de epicentro de la circulación de personas, atraídas por la Reserva Ecológica, los imaginativos juegos para niños, el nuevo parque elevado con su impactante combinación de plaza seca y jardín botánico y la plaza frente a la fuente de Lola Mora, donde se asolean los veraneantes urbanos durante el día y alberga espectáculos musicales organizados por el Gobierno de la Ciudad durante las tardenoches del verano.
SEMILLA DE MALDAD
“La mudanza –que se había aplazado a causa del mal tiempo– se concretó ayer, pese al descontento de algunos vecinos de Puerto Madero, que ven amenazados el espacio verde y la seguridad del barrio”.
Marina Gambier, La Nación 8/02/04
El comentario de la colaboradora de La Nación exhibiría la supuesta preocupación por el espacio verde de parte de algunos vecinos (?) de Puerto Madero, por la instalación de puestos de artesanos, los fines de semana.
He aquí una propuesta de solución:
- Decomisar las hachas y sierras que seguramente portan los artesanos (especialmente quienes se dedican a la talla de madera) con lo cual se les dificultaría por demás talar ramas y derribar árboles.
- Vigilar a las señoras artesanas que hacen ikebana, propensas a arrancar flores y arbustos y presentarlos a la venta el domingo siguiente como arreglos florales secos (cuando es obvio que al momento de la depredación no lo estaban).
- En cuanto a la preocupación por la seguridad es otro cantar. La presunta filiación anarquista de los artesanos los convierte en un peligro latente de dificil solución.
De todos modos cabría preguntarse ¿Habrá existido el comentario de los vecinos? Y en todo caso ¿de cuántos? ¿O se trata de un mero reflejo de alineación ideológica de la periodista con la orientación del periódico? Como quiera que sea, es ilustrativo observar cómo se planta aquí y allá el germen de la intolerancia.
Sería entendible que a los escasos habitantes de Puerto Madero no les gustara compartir su espacio con tanta gente (a la que, en realidad, muy poco agregan algunos estáticos feriantes), pero –en tal caso– deberían dirigir su inquietud hacia las once nuevas torres planificadas que atraerán a decenas de miles de nuevos habitantes, vehículos y visitas. Salvo, claro, que la gente como uno no moleste.