Por Jorge Marirrodriga (diario El Paìs, España)
Buenos Aires — 05/09/2007 — Los barrios marginales de la capital crecen sin control pese a la recuperación económica.
Mientras observa a decenas de niños que devoran la comida —la única del día que consumen en muchos casos— en el chamizo que ha levantado con sus propias manos, Julio Soriano recuerda su llegada a la barriada de chabolas en la que habita desde 1964. El suelo rezuma humedad, tanto por la proximidad del río de la Plata como por las bajas temperaturas del invierno austral. El ruido de los platos se mezcla con las toses infantiles. Soriano, natural de Oruro, Bolivia, comenta que en los últimos tiempos la villa 31, como es conocida la barriada en Buenos Aires, se ha convertido en un lugar diferente. Demasiados forasteros, actitudes extrañas y violencia.
Diversas voces llevan tiempo advirtiendo de que el crecimiento exponencial de las villas de la capital argentina —con 150.000 habitantes sobre un total de 2,5 millones— está provocando la favelización de éstas. Lugares donde en sus callejones la ley la dictan las bandas que se organizan.
La villa 31 es muy especial. No sólo por la feroz represión que se sufrió en sus callejones durante la dictadura militar al término de la cual apenas quedaban 47 familias —hoy en día hay más de 25.000 personas—, sino sobre todo porque en algunas partes apenas queda a un millar de metros en línea recta de una de las zonas residenciales más lujosas del continente americano.
Las vías del tren hacen de frontera casi infranqueable entre ricos y pobres. Sus habitantes trabajan —los que lo hacen— en las vecinas estaciones de autobús y ferrocarril o como limpiadores y dependientes en el lujoso barrio más allá de las vías. “Entonces no dicen que viven en la villa”, reconoce Isabel Iglesias, la mujer de Soriano.
El asentamiento es un lugar de gran pobreza. La mayoría de los niños que habitan en ella se alimentan gracias a los 16 comedores comunitarios iniciativa de los propios vecinos como Soriano y su mujer. La comida es facilitada por el Gobierno de la Ciudad, el mismo que cambiará de manos el próximo diciembre, cuando el centro derechista Mauricio Macri haga efectiva su victoria en las elecciones del pasado junio. Macri quiere erradicar el poblado situado en un suelo que, potencialmente, es de los más caros de la capital argentina. Desde siempre los vecinos de Buenos Aires miran de reojo a las villas y las consideran un problema de seguridad.
“Se está produciendo una favelización”, denuncia Norma Gutiérrez, delegada del barrio quien llegó en 1967 a la villa 31 y ha tenido cuatro hijos en él. “Uno se me murió aquí y otro está ahora en España”, señala. Para Gutiérrez, la llegada incontrolada de personas en los últimos años, especialmente de Perú, Bolivia y Paraguay, ha provocado un crecimiento descontrolado de la villa, un tránsito muy rápido de personas y un aumento de la inseguridad y la violencia. “Entran con esa cultura del delito y la implantan en nuestros hijos y muchos padres simplemente miran para otro lado cuando tienen la casa llena de aparatos que saben que han sido robados”, asegura.
Aunque las bolsas de pobreza han existido siempre al amparo de la prosperidad de la gran ciudad, hay al menos dos momentos importantes en la historia reciente de Buenos Aires donde se produce una gran expansión de estas bolsas de pobreza. Uno es en la década de los noventa, cuando el neoliberalismo salvaje implantado por Carlos Menem fuerza a miles de personas del interior a buscar un futuro mejor en la capital. El segundo es la crisis de 2001. Sólo de entonces se calcula que las villas de Buenos Aires han crecido entre un 100% y un 300%. En algunas, como la villa 1.11.14 funcionan bandas organizadas según nacionalidades y los disparos de los enfrentamientos entre ellas se escuchan a la caída del sol. En la campaña, Macri denunció que la policía no entra en estas zonas.
Viviendas sin cimientos
“Están llegando personas a las que no les importa la policía, ni ser detenidos, ni nada de nada”, subraya Norma Gutiérrez. Personas que, en muchos casos, ni siquiera dejan rastro porque alquilan habitaciones a otros habitantes de los poblados, quienes han logrado edificar por su cuenta otro piso encima de su vivienda que alquilan. Hay zonas de la villa 31 donde estas construcciones alcanzan las cuatro y cinco alturas. “Son un peligro”, admite un asistente del Gobierno de la Ciudad, que explica que los cimientos no existen. “Aguantan unos edificios contra otros”.
El mercadeo de drogas es evidente en casi todas las villas y en algunas el paco —la pasta base de coca— causa estragos. “Si hay tanto paco es porque hay laboratorios donde se procesa cocaína y eso en medio de la ciudad”, subraya un alto funcionario. A pesar de todo, los vecinos aseguran que no es un lugar peligroso. “Aunque no le niego que si camina usted solo alguien le puede dar una ayudita”, advierte Gutiérrez… eso sí sonriendo