Hola amigos y amigas,
Me llamo Maricarmen, vivo en las afueras de la ciudad de Pontevedra, a ocho Km del complejo ENCE, cuando sopla viento del Sur me llega el olor del mar, cuando viene del Norte, huele a “huevo podrido”. Son los olores que me acompañaron toda la vida. Mi casa está en un rincón de la ría de Pontevedra, un paraíso en miniatura, empañado por el humo constante que sale de las tres chimeneas de Celulosas.
Yo sé que el paisaje uruguayo también tiene sus pequeños paraísos, y alguien me ha dicho que van a instalaros Celulosas ahí: ¡No lo permitáis!, ¡luchad con todas vuestras fuerzas, con todas las armas que tengáis a mano!. No hagais pactos con el diablo.
Los políticos os dirán que se crearán muchos puestos de trabajo y que hoy en día la ciencia ha avanzado mucho, que la contaminación es cosa del pasado. ¡No les creáis! ¡es mentira!… Contaminarán vuestras aguas, llenarán el aire con un olor a cloro que irritará los ojos y las gargantas de los niños, y el cáncer aumentará de forma alarmante.
Cada puesto de trabajo lo pagaréis con cientos de afectados por enfermedades respiratorias. ¡Ah! Y no soñéis los uruguayos con tener un puesto de responsabilidad en esa empresa, ¡eso jamás!, porque ser un alto cargo supone tener acceso a todo tipo de información privilegiada sobre lo que se contamina realmente y sobre el daño que se causa; por lo tanto, los que desempeñen esos cargos serán gente extranjera. También tendrán que contratar a licenciados en Química, pero no habrá ningún químico uruguayo ocupando esos puestos, está prohibido, traerán a gente de afuera, personas que no sufran, que no estén implicadas con el entorno.
Los únicos puestos de trabajo que habrá para los uruguayos, serán para los obreros que realizan el trabajo duro, los que tengan que cargar con el trabajo pesado y de más riesgo para su salud, los que estén en contacto con el peligro.
Me gustaría escribiros una carta corta, clara, precisa, con datos científicos que os hicieran comprender, pero soy incapaz de hacerlo porque desde que nací he vivido este ambiente, por lo tanto, la información que puedo daros está compuesta de recuerdos, sensaciones, olores y dolores. Todo mezclado. Sobre todo los recuerdos… voy a contaros unos pocos: Tengo 44 años, cuando nací, Celulosas estaba recién instaurada. Recuerdo que mis padres hablaban de la resistencia de nuestras gentes a que unos arenales plagados de marisco y riqueza natural, fueran profanados por unos desalmados. La represión fue terrible, eran tiempos de dictadura, de policía montada cargando contra mujeres, ancianos y niños.
Recuerdo cuando era chiquita y estaba en la playa con mi padre. Él metía su mano entre las piedras, y cuando la sacaba, tenía tres o cuatro nécoras o cangrejos enganchados a sus dedos, recogíamos mejillones y lapas pegados a las rocas y jugábamos con los innumerables caballitos de mar. Ahora soy madre y no puedo compartir esto con mis hijos, porque ya no hay cangrejos entre las piedras; los mejillones sólo crecen en las bateas y antes de comerlos deben pasar por la depuradora; los caballitos de mar son una rareza y el agua está asquerosa.
Recuerdo cuando tenía doce años, estudiaba en un colegio de monjas y tenía compañeras que vivían por los alrededores de celulosas. Cada día, entre risas me contaban anécdotas de su vida cotidiana: No podían dejar la ropa a secar en el jardín, porque cuando iban a recogerla, estaba llena de agujeros. Iban a protestar en las oficinas de celulosas y estos les pagaban el doble de lo que valía la ropa, a cambio de su silencio. Las persianas de sus casas, también se llenaban de agujeros, e incluso el aluminio de las ventanas se estropeaba. “No hay problema”, decían, “celulosas paga todo”.
Pero poco a poco esas niñas se iban marchando, ya no venían al colegio, sus padres abandonaban la casa y se iban a otro lugar, lejos de aquí.
Recuerdo que un día, una maestra nos llevó a visitar la fábrica, éramos treinta niñas, con nuestros uniformes de colegialas. El guía nos iba llevando por los lugares menos peligrosos y nos recitaba una y otra vez la misma frase, que la contaminación era inexistente y no había peligro alguno. Pero teníamos que ir por dónde él nos mandaba, sin desviarnos por los lugares prohibidos. De pronto una de las niñas empezó a llorar y a gritar. Era la hija de uno de los obreros que trabajaban allí; su padre estaba en el Hospital porque hacía unos días, tuvo que hacer un trabajo en uno de los lugares peligrosos y se había olvidado de ponerse el traje de amianto.
Nosotras no sabíamos qué significaba eso, pero todas nos pusimos a llorar y la profesora, avergonzada, nos sacó de allí.
Recuerdo hace unos quince años, mis hijos eran muy pequeños. Aquél día las noticias de la televisión fueron muy divertidas. Las cámaras se habían desplazado a los arenales próximos a celulosas porque allí se había producido un hecho muy curioso:
Las mariscadoras que estaban trabajando desde la mañana temprano, hacían declaraciones, lloraban y reían. Unas contaban que habían visto una especie de OVNI, otras, que se les había aparecido algo sobrenatural. Todas tenían los pelos de punta y la carne de gallina. Unas vomitaban y otras tenían mareos y desmayos. Hablaban de una especie de nube que las envolvió de pronto y el cuerpo se les estremeció. Los expertos debatían ante las cámaras y decían que, sin duda se trataba de una sugestión colectiva y “ya se sabe, esta gente ignorante hace cosas así”. Toda España se reía de las pobres mariscadoras que no sabían qué les estaba ocurriendo.
Esa misma noche recibí una llamada desde Canadá, mi marido es marino mercante y se encontraba en las costas de Terra Nova. Estaba aterrorizado cuando habló conmigo. Y yo… ¡no me había enterado de nada!.El noticiario de aquél país contó la verdad: “Una fábrica de celulosas ubicada en las Rías Bajas gallegas, tuvo un escape de gas, y durante varias horas, toda la Península del Morrazo, al Sur de Galicia, vivió con terror la situación de peligro. Se temía por la vida de miles de personas en caso de que hubiera una explosión”. Los noticiarios de España no sabían nada y se limitaron a hacernos reír con las bobadas de Ovnis y apariciones, para que no supiéramos la verdad.
Y así, día a día, con cuentagotas, se suceden los pequeños desastres, recuerdos que vamos contando a quién quiere escuchar.
Uno no tiene sensación de peligro, la vida cotidiana transcurre normalmente y la vida se disfruta; pero cuando miras esas chimeneas recuerdas el dolor. Cuando miras el humo, sientes la sombra de la muerte, que te aguarda sin hacer ruido.
Bueno amigos, esto es todo lo que yo puedo contaros, no sé si he sido capaz de transmitiros todo lo que siento, no sé si habéis comprendido, no sé si mi carta os dará fuerzas para luchar y sabiduría para resistir. ¡Animo!. Desde aquí mi apoyo incondicional y un gran abrazo para todos.
Vuestra amiga
María del Carmen Santos Piñeiro