LA ORDEN PRESIDENCIAL DE EMPLAZAR EL MONUMENTO EN MAR DEL PLATA DESATÓ UNA POLÉMICA EN LA QUE EL GOBIERNO NACIONAL TIENE TODO POR PERDER.
El monumento será reemplazado por otro dedicado a Juana Azurduy, la patriota y guerrera de la Independencia del Alto Perú (hoy Bolivia) que llegó a servir a las órdenes de Manuel Belgrano. Cristina ya había revalorizado su figura cuando, en 2009, decretó su ascenso post-mortem a generala del Ejército argentino.
Se saca al comandante italiano que inició el genocidio y saqueo español en el siglo XV para honrar a una mujer que se rebeló contra la tiranía española en el siglo XIX. Se trata de una decisión eminentemente política, aparentemente en la misma sintonía que la orden de Néstor Kirchner de bajar el cuadro del genocida Videla.
La Ciudad de Buenos Aires se deshace de un homenaje al Colón de la conquista sangrienta y lo reemplaza por otro a la mujer que perdió todos sus bienes, su marido y cinco de sus seis hijos y murió en la extrema pobreza más de tres siglos después de constante sangría del imperio español. Pero esta antinomia victimario-víctima se diluye al emplazar a Colón en otro lugar del territorio nacional, algo muy distinto al mensaje detrás del episodio con el retrato de Videla en la Casa de Gobierno.
La iniciativa reconoce ese solo motivo, pero en el Gobierno Nacional no se animan a decirlo y ahora es tarde.
Resulta más atinado conservar lo que existe, en este caso, el monumento a Colón e incorporar las versiones de la Historia de las víctimas. La estatua a Juana Azurduy frente a la de Colón sería una notable lección de Historia. O para el caso, que allí se emplace –además– el monumento a la Mujer Originaria en proceso de realización por el artista Andrés Zerneri, con llaves y otros objetos de bronce donados para tal fin. Y ¿por qué no? llenar la plaza con muchas otras expresiones artísticas de los oprimidos convirtiendo al sector en una extensión del Museo del Bicentenario, contiguo a la misma. Colón estaría así rodeado de mudos, pero elocuentes, testigos del genocidio que su descubrimiento desató entre los habitantes de estas tierras.
Si la Presidenta de la Nación diera marcha atrás no sería un signo de debilidad. Todo lo contrario. Pero las declaraciones del Secretario general de la Presidencia, con su argumentación “ad homini” contra Macri no parece indicar que ello vaya a ocurrir. Acusar al jefe de gobierno de la Ciudad de su reconocida desidia por el cuidado del patrimonio y ahora paladín de esta causa, desplaza el eje de la cuestión y muestra la falta de argumentos valederos detrás de la desafortunada decisión presidencial.