La suciedad y la falta de mantenimiento de la ciudad de Buenos Aires sitúan entre la queja y la resignación a porteños de todos los barrios, pero en Monserrat y San Telmo el problema adquiere otra dimensión, porque lo que se descuida y degrada es el patrimonio histórico urbano. Foto: Archivo/ Carlos Brigo/Télam/cb .
“San Telmo y Monserrat forman parte del casco histórico de Buenos Aires. Su valor patrimonial no es el mismo que el de cualquier barrio. Por algo hay leyes que los protegen”, dijo Alberto Martínez, arquitecto y vecino de San Telmo desde hace 30 años.
Fachadas centenarias grafitadas, basura y orina en las calles, espacio público usurpado, veredas rotas y baches indican que el abandono no discrimina y se exhibe en las calles más viejas de la ciudad con la misma naturalidad que los turistas las recorren.
“En algunos casos hay inconductas de la gente, pero la mayor falta es de quienes están legalmente obligados a cuidar la ciudad y en especial su patrimonio histórico y cultural: el Gobierno de la Ciudad”, responsabilizó Martínez.
La vereda de la esquina de Carlos Calvo y Balcarce fue arreglada por el consorcio del edificio. “Lo hicimos por nuestra cuenta. El gobierno de la Ciudad no las mantiene”, informó Luis Padín.
Vecino del barrio hace muchos años, Padín señala otra falla: “El `cajón´ azul que marcaron en la calle, para carga y descarga, está muy despintado. La grúa se la pasa llevándose autos cuyos dueños no se dan cuenta que ahí no se puede estacionar”.
Martínez, por su parte, criticó especialmente que la propia acción de gobierno provoque daños, como los parches de asfalto sobre extensos segmentos de cuadras adoquinadas. Así sucede, por ejemplo, en Defensa, entre Brasil y Juan de Garay.
“Es parte importante de nuestra identidad y las están tapando ilegalmente y con total impunidad”, acusó.
Subrayó que de ese modo el propio gobierno porteño viola la Ley 65 de Protección del Adoquinado Histórico y un acuerdo judicial de 2009 entre el Ejecutivo de la ciudad y la entonces presidenta de la Comisión de Patrimonio de la Legislatura, Teresa de Anchorena, secundada por vecinos, para mantener los adoquines.
Una firmante de aquel acuerdo fue la vecina Patricia Barral, quien confirmó a Télam que abundan los parches de asfalto y dijo que “el adoquinado que tuvieron que reponer fue mal hecho y está todo desarmado y desparejo”.
Para Barral, “el verdadero plan del macrismo para la zona es lo que hicieron en Reconquista: peatonalizarla. Quisieron hacerlo en Defensa y los vecinos nos opusimos, porque tenemos otra idea del desarrollo del barrio. Se les cayó la idea y dejaron de invertir”.
“Promovieron a San Telmo como destino turístico sin invertir en el cuidado. La plata que entró por haberlo promovido así, por ejemplo los tantos permisos para producciones de cine, no volvió al barrio. Si las fachadas sirven para recaudar, que ayuden a los frentistas a mantenerlas”, dijo.
La vecina criticó también la falta de políticas para preservar la vida barrial, y que se hiciera caso omiso a la propuesta de recordar a los visitantes mediante carteles que se trata del casco histórico y que deben respetarse las costumbres de los vecinos.
“No puede ser música a cualquier hora, veredas bloqueadas con bolsas de basura de los restaurantes o con mesas de bares que se las apropian y les molesta que pasemos con el perro, por ejemplo; o esos micros enormes que estacionan sobre Defensa”, enumeró.
Para Barral lo que sucede encierra una paradoja, porque la preferencia de los turistas demuestra el atractivo de estos barrios, por lo tanto, “lo lógico es cuidarlos tal como son”.
En cambio, el proceso de transformación no se detiene y se producen situaciones como que “en la plaza Dorrego, ya no hay plaza”, todo el espacio fue ocupado por bares o vendedores.
Por su parte, Martínez coincidió en que el negocio turístico “fue robándole espacios a la vida vecinal; emprendimientos comerciales e inmobiliarios tienden a sobredimensionar al turismo y desplazar al vecino”.
El profesional atestigua que “por las mañanas, todavía se ve gente que va al mercado y encargados lavando veredas, hay silencio; de noche, en cambio, ningún vecino, sólo turistas, vendedores de baratijas y actividad de consumo”.
“Creo que la política del Gobierno de la Ciudad apunta a tener un centro turístico sin vida vecinal. Siempre tratamos de que no se perdiera esa identidad y vemos que cada día es peor”, afirmó.