El miércoles 8 se presentó el libro “Gauchito Gil, fotografìas y textos de Sebastián Hacher Rivera” en el local de la editorial autogestionada El Colectivo, Tacuarí 1444, La obra es un fotorreportaje de un fenómeno de religiosidad popular que no figura en el santoral católico.
Durante tres días y especialmente el 8 de enero, surge una efímera y caótica ciudad en Mercedes, provincia de Corrientes. Tiene su epicentro en el santuario del Gauchito Gil. La habitan los “prometeros” llegados de todo el país.
El masivo fenómeno de devoción popular consagra al bandido rural que robaba para repartir el botín entre los pobres. Reconocido por el pueblo, pero no por la Iglesia, forma parte del santoral profano como la Madre María, o la Difunta Correa, entre otros.
“…En Mercedes, Corrientes, cada 8 de enero se congregan muchos. Camisas que cubren pieles morenas con tatuajes, humildes ofrendas. Están las miradas dolientes de los peregrinos que piden o las emocionadas de los que llegan a agradecer. Rojo, negro, calor, intensidad. El mito del Gauchito Gil nació con un insólito primer creyente: nada menos que su verdugo. Fue un Cristo criollo. Había huido de la justicia que pretendía obligarlo a derramar sangre de hermanos y buscaba refugio y abrigo en ranchos y fogones donde almas sólo un poco menos desharrapadas que él lo auxiliaban sin preguntar. Robaba, pero no guardaba nada para si mismo. Su riqueza residía en dar. No le importaba la legalidad sino lo legítimo. Tomaba de los que tenían para dar a los que recibían todo como un don del cielo”. (Del prólogo de Myriam Lewin).
La suya nació como casi todas las leyendas: con una muerte injusta. A Antonio Mamerto Gil lo asesinaron hace más de un siglo y medio, después de una fiesta de San Baltazar, similar a la que todavía se festeja en Concepción.
Le cortaron la yugular con su propio cuchillo. Sus últimas palabras fueron para su verdugo. Una de las versiones más difundidas sostiene que el gaucho dijo: “Vos me estas por degollar, pero cuando llegues esta noche a Mercedes, junto con la orden de mi perdón, te van a informar que tu hijo se está muriendo de mala enfermedad. Como vas a derramar sangre inocente, invocame para que interceda ante Dios Nuestro Señor por la vida de tu hijo, porque la sangre del inocente suele servir para hacer milagros”.
Poco tiempo después, cuando el gauchito ya estaba muerto, llegó la noticia de indulto. El sargento, cuyo nombre se tragó la historia, volvió a su casa y se encontró con su hijo doliente de algo que los médicos no podían definir. Cargó sobre sus hombros una cruz de espinillo y fue hasta el campo donde yacía el cuerpo. Después de enterrarlo, le pidió perdón y que intercediera para curarlo. Se convirtió en el primer devoto del Gauchito Gil.