En un local bailable habilitado para 1500 personas se permite entrar a más de 4000. Entre la concurrencia hay niños de 7 y 8 años. En uno de los testimonios una mujer busca a su sobrino de 35 años quien había llevado a su hijito de 14 meses. El dueño del lugar advierte a la concurrencia sobre el uso de bengalas, algo que los seguidores de bandas de rock defienden como parte incorporada de su cultura. Es abucheado al grito de ¡Quien no salta es un botón!. En el techo del bailable Cromagnon de Bartolomé Mitre al 3000 había telas colgadas. Una sobreviviente de 16 años dice que son del tipo media sombra, un material plástico altamente inflamable. Las salidas de emergencia están cerradas. Hay sistemas hídricos contra incendio, pero la circulación del personal para activarlas se vería impedida por el exceso de público. Hay una “guardería” en uno de los baños, donde cuidan a los chiquitos mientras los padres bailan.
Todos los elementos de la tragedia están prefigurados. Sólo falta que alguien prenda la mecha, algo que ocurrió pasadas las 11 de la noche. Una bengala prende fuego a las telas del techo y en instantes el lugar se convierte en un infierno. Entre las listas de víctimas hay niños de pocos meses y de 4 y 5 años. Hasta hoy a las 6 de la mañana el número de víctimas ascendía a 174 y se calculaba en más de 500 la cantidad de heridos.
¿Pasará esta tragedia impunemente como tantas otras o se convertirá en un punto de inflexión para que nunca más vuelva a suceder algo similar? ¿Habrá culpables o todos zafarán como ocurre casi siempre? ¿Cuál es la responsabilidad de un propietario que advierte a la concurrencia acerca del uso de bengalas, pero no hace nada para impedir que ingresen? ¿Por qué deja entrar tres veces el cupo permitido de asistencia?
Todos esas cuestiones tienen que ver con requisitos que permiten primero la habilitación y luego el control del cumplimiento de las normas. ¿Dónde estaban los ins-pectores del GCBA? Peor aún ¿existen, luego de que el corrupto cuerpo fuera disuelto hace un par de años? ¿Por qué no había un funcionario del GCBA en la entrada impidiendo entrar a bebés y niños de corta edad, ingresar artículos de pirotecnia y controlar el estado de las salidas de emergencia?
Un párrafo aparte merecen los padres que llevan a sus hijos de corta edad a un lugar cerrado, lleno de humo de cigarrillos, con niveles de estridencias que pueden provocar serios daños auditivos a un niño, todo por no perderse un recital de su conjunto favorito de rock. ¿Qué decir de los adolescentes que forman parte de esa subcultura o tribu, como suele decirse, de los seguidores o fans del rock, con su descontrolada apetencia por estímulos de todo tipo y entre los cuales está la ahora trágica utilización de bengalas como parte requerida del espectáculo?
¿Y los legisladores de la Ciudad? ¿Dictarán una ley que prohiba la venta libre de elementos de pirotécnia y que ésta pueda ser utilizada sólo por técnicos matriculados como ocurre con la manipulación de otros elementos altamente peligrosos como es el caso de la red gas domiciliario?
En fin, muchos interrogantes y una gran tristeza que opacará los brindis de esta noche un poco más aún porque ocurre aquí en nuestra ciudad, cuando todavía vivimos el estupor en que nos sumió la mayor catástrofe natural de que se tenga noticia por el número de víctimas y daños materiales ocurrida en las costas del Océano Índico.