Por Carlos del Frade
(Agenica Pelota de Trapo)— “Juana Azurduy, flor del Alto Perú, no hay otro capitán más valiente que tu”, dicen las estrofas de una vieja canción del folklore argentino, rescatando el coraje de una mujer guerrillera de las tierras que luego serían Bolivia.
Hermosa y peleadora, Juana era acompañada por decenas que como ella ya estaban cansadas de la explotación de los españoles. Los mismos que habían expoliado las riquezas del cerro Potosí por medio de la matanza de sus maridos, sus padres, sus abuelos y hasta sus hijos.
Hay una marca histórica en las mujeres bolivianas. Jamás se resignan ante el dolor y la muerte. Por eso sufren la venganza del sistema. Como le acaba de pasar a una mamá muy joven.
Juana Azurduy, obrera textil explotada. El Alto Perú devaluado y enterrado en los talleres de las grandes ciudades del río de la Plata…
Jannethe Ruiz tiene 22 años y está presa en la cárcel número 3 de Ezeiza. Y esposada acompañó a su hija, Karina, al cementerio de Flores.
La mataron el último día de marzo mientras su mamá trabajaba en un taller textil clandestino de la prepotente y orgullosa Capital Federal de la Argentina.
La nena murió asfixiada. El juez, llamado Ricardo Warley, detuvo a la mujer y al hombre que la cuidaban y también a Jannethe, la mamá, la obrera boliviana. La acusó de “abandono de persona seguida de muerte”.
Jannethe nació en Potosí, allí donde los cordones de las calles fueron de plata y oro, según narran las crónicas del saqueo europeo en suelos que alguna vez pertenecieron a los incas.
No quedó casi nada del oro y la plata. Apenas las urgencias existenciales de los descendientes de aquel Tahuantisuyu de enorme esplendor. Con sus dos hijas, Jannethe estiraba los quinientos pesos, los hacía chicle, y pagaba doscientos pesos para que le cuidaran las nenas de dos y seis años, mientras ella iba hacia la explotación. Único camino que les quedó a miles de orgullosos herederos del saqueo de cinco siglos atrás. En esos cinco años de cortar y cortar telas para que otros luzcan, fue a anotar a la nena mayor a una escuela. Como tuvo que faltar, la respuesta fue el despido del taller coreano. Fue a buscar empleo en otro similar y allí la encontraron para decirle que Karina estaba en el Hospital Penna. Había ingresado muerta. Ella, Jannethe, descendiente de un pueblo saqueado por centurias, no tenía documento. Todo un mes debió esperar para retirar el cuerpito de su hija. Después la acusaron a ella.
La nena tenía marcas de “una fractura mal curada en un bracito y una costilla trizada. El informe médico dice que no recibió asistencia por esas lesiones”, explicaron las crónicas periodísticas que se indignaron ante tanta injusticia, frente a semejante multiplicación del dolor sobre la historia de la mamá boliviana de solamente veintidós años.
Los vecinos de Jannethe se movilizarán para exigir justicia, para que se acabe con esta renovada persecución sobre un pueblo que no cesa de pagar su delito de obstinarse en construir una nueva oportunidad sobre el planeta. “¿Es posible tanta injusticia? ¿Es posible que una persona tenga que soportar, no sólo que le maten una hija, sino que un par de funcionarios inescrupulosos, que ni siquiera se pueden poner en el lugar de una persona de las características de esta madre, la sigan humillando hasta situación límite de mandarla detenida al penal de Ezeiza?”, se preguntan los integrantes de la Comisión de Derechos Humanos del Bajo Flores en un documento que fija su posición con respecto al caso de Jannethe.
“Lamentablemente, las arbitrariedades del poder como la que está viviendo en estos momentos Jannethe Ruiz, abundan a diario en los tribunales de justicia. Pero hay situaciones límites donde el más común de los sentidos y en este caso también el sentido común, deben poner un límite, que incluya que estos jueces no ejerzan nunca más como funcionarios públicos”, termina diciendo el texto de la organización.
Fuente de datos:
Diario Página/12 06-05-06 / Comisión de Derechos Humanos del Bajo Flores 08-05-06 / Agencia de Comunicaciones Rodolfo Walsh 08-05-06