La estación “Callao” de la línea D de subte pasará a llamarse también “Raquel Liberman”, de acuerdo a una ley sancionada por la Legislatura porteña en homenaje a la joven polaca que llegó a la Argentina como inmigrante y se convirtió en un símbolo de lucha contra la trata ya que fue quien denunció, en 1929, a una red que explotaba a mujeres.
La iniciativa, impulsada por Patricia Vischi, del bloque Evolución, obtuvo 53 votos positivos y cuatro abstenciones del bloque de La Libertad Avanza (LLA), durante la sesión ordinaria del Parlamento.
“Ella, a quien llamaban ´la polaca´ como a tantas otras prostitutas sometidas por proxenetas, decide denunciar en 1929 a sus explotadores, y esa actitud valiente permitió desbaratar por primera vez en el país una red de proxenetas con ramificaciones internacionales”, recordó Vischi.
Según sostuvo, esa denuncia “puso el tema de la trata en la consideración de la opinión pública y, en consecuencia, en 1935 la Municipalidad de Buenos Aires decretó la clausura de todos los prostíbulos”.
La denuncia
El 31 de diciembre de 1929, una mujer de pelo corto, cutis de nácar y enormes ojos oscuros se sentó, serena, frente al comisario Julio Alsogaray. Estaban en la comisaría 7, del barrio de Once. No era la primera vez que se veían: en mayo de ese año la misma mujer había ido a esa comisaría a pedir que la borraran del registro de prostitutas. Dijo que había abierto una casa de antigüedades en Callao 515 y que se llamaba Raquel Liberman. En septiembre, regresó para que la volvieran a incluir porque, explicó, le era imposible sobrevivir con lo que ganaba. Dijo que le habían robado y que la amenazaban, sin mucho detalle.
Esta vez, la tercera, Raquel Liberman, judía y polaca, que aún no había cumplido los 30 años y llevaba seis en la Argentina, llegó decidida a contar la historia completa. Más precisamente, cómo había sido comprada por la Zwi Migdal, la red de trata judía que, bajo la apariencia de una Sociedad Israelita de Socorros Mutuos, traficaba mujeres para prostituirlas trayéndolas desde Rusia, Polonia y Rumania.
Raquel contó cómo se había escapado una vez, y cómo había vuelto a ser capturada. Para proteger a sus dos hijos, ocultó que era viuda y que era madre.
Alsogaray, un comisario con fama de incorruptible, escuchó asombrada pero pacientemente. Cuando la mujer pareció haber concluido, después de un largo silencio, le preguntó si acaso estaba dispuesta a declarar ante la Justicia. “Solo se muere una vez. La denuncia no la retiro”, respondió ella con una voz firme en la que alternaban el castellano, el ídish y el polaco.
Esa denuncia iba a precipitar una hecatombe: el procesamiento de más de un centenar de proxenetas y el quiebre de la inexpugnable red de prostitución judía en la Argentina.