NOTA DE OPINIÓN
Por Oscar Taffetani (APE)
Desde enormes carteles, visibles noche y día, o bien desde afiches y pintadas superpuestas en las paredes de la ciudad, los candidatos sonríen.
Bah, algunos sonríen. Porque otros están muy serios, como queriendo trasmitir a sus potenciales votantes la gravedad del momento argentino.
Y están los que no sonríen ni están serios ni nada. Los que se limitan a ejercer eso que los manuales de instrucción cívica llaman “el derecho a elegir y a ser elegido”.
Del otro lado, frente a los carteles, los afiches y las pintadas, hay ciudadanos, gente común, gente con una (o más) desilusiones a cuestas.
Gente que tal vez está sola y espera (como aquel hombre que imaginó Scalabrini Ortiz). O que no está sola y ya no espera. O cualquier otra variante posible.
Muy lejos de ese diálogo silencioso entre los carteles y el público, entre la política profesional y sus destinatarios, discurre la vida.
La vida, sí, en sus infinitos recodos y lugares. La vida en una dimensión desconocida e inabarcable. La vida.
Historia reciente
“La Argentina vive su jornada electoral más fría desde el retorno de la democracia”, titulábamos en un diario el domingo 14 de octubre de 2001.
“Para conseguir este clima de indiferencia casi hostil -escribía el cronista- se conjugaron varios factores. Uno de ellos, fuera de toda discusión, la imagen de irredimible ineficacia que exhibe en general la llamada ‘clase política’ (…) el segundo es el contexto en que se vota: una colosal incertidumbre sobre el futuro de nuestra economía (…) un clima social complicado y sin horizontes para amplias capas de la población…”
Huelga precisar que apenas dos meses después de aquellas frías elecciones legislativas de octubre de 2001 -cuyo alerta fue sistemáticamente desoído por la dirigencia gobernante- se produjo el estallido del 19 de diciembre de 2001, que acabó con el gobierno de la Alianza y que abrió una brecha profunda, acaso irreparable, entre la dirigencia política profesional y las bases populares. La brecha quedó expresada en una consigna de momento olvidada: “Que se vayan todos”
Sabido es que la historia no se repite. O que por lo menos (para no olvidar a aquel Marx del 18 Brumario) no se repite con exactitud. Más que un círculo, el camino que hace la historia se parece a una espiral.
Reciclados y reciclables
Un candidato presidencial -de los 14 que se presentan en estas elecciones nacionales del 28 de octubre- utiliza como eslógan de campaña la frase “Otro país es posible”.
Ese eslógan fue acuñado por una coalición de centro-izquierda (el Frente Grande) una década antes. Pero el Frente Grande ya no existe.
Parecería que un nuevo candidato, de otro signo ideológico, encontró la consigna abandonada, le quitó el polvo frotándola con el codo y la puso otra vez en circulación…
Así también -y una ojeada a las listas de estos comicios lo confirma- existen candidatos reciclados. Y candidatos reciclables. Libres de ataduras ideológicas, políticas o morales, ellos le prestan sus servicios al poder de turno.
¿Por qué quedar inmortalizados en un solo gesto, habiendo tantos gestos, tantas fotografías y tantos nuevos momentos posibles? pensarán.
La ironía no alcanza a disimular nuestra tristeza.
Menos mal que la vida, como escribió un anónimo y joven poeta del Mayo Francés, está en otra parte.