Por Hugo Presman
El rotundo triunfo de Mauricio Macri en las elecciones del 3 de junio sólo pudo sorprender a los que reemplazan sus deseos por la realidad. Hay diferentes causas concurrentes para explicar el motivo por los cuales la ciudad portuaria y cosmopolita, veleidosa y volátil, ha sido generalmente esquiva a todo lo que huela a populismo, como ayer lo fue al irigoyenismo y al peronismo.
Hay una razón estructural que conviene bucearla en las tumultuosas e históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. El 18 y 19, los sectores excluidos e indigentes del conurbano con la instigación de algunos intendentes asaltaron supermercados. Sobre una crudísima realidad algunos bidones de nafta se arrojaron al incipiente incendio.
Eran las víctimas más patéticas del modelo de rentabilidad financiera cuya implosión derrumbó una de sus vigas maestras que era la convertibilidad. El 19 a la noche, cuando Fernando de la Rúa decretó el estado de sitio, miles y miles de porteños de clase media, beneficiarios, cómplices y finalmente víctimas abandonaron sus casas, después de recoger algunas ollas de la cocina, se lanzaron a las calles. El gobierno de la Alianza se había disuelto entre la cobardía y la inoperancia. Los miles de pies caminando por las calles de la derrumbada capital, colocarían una bisagra en la historia argentina. Se caía estrepitosamente la idea de la prosperidad colonial, de la esclavitud como una forma de libertad, de la indignidad de las relaciones carnales. Se atacaba a los bancos que habían sido las catedrales de la religión del mercado. Se denostaba a las privatizadas, y se lamentaba de la ausencia de un Estado, que en los años de irracionalidad se había descuartizado con alegría ante la pasividad y la indiferencia generalizada.
Ese mensaje fue recogido, primero con timidez durante el gobierno de Duhalde y luego con más intensidad con la asunción de Néstor Kirchner. En muchos casos con un cambio de discurso y en otros con la adecuación de los hechos a las palabras.
Pero este hecho histórico, se hacía desde la antipolítica, del denuesto generalizado a los que hasta entonces habían tenido distintos grados de responsabilidad. A diferencia del 17 de octubre de 1945, o del 29 de mayo de 1969, donde se reivindicaba la política como el instrumento de transformación de las sociedades, los idus de diciembre se hacia desde y en contra de la política. Y eso estableció significativos límites. El 17 de octubre rescató a Perón y lo catapultó a la Presidencia. El Cordobazo no se hizo en nombre de Perón, pero la confluencia de obreros y estudiantes crearían las condiciones para el retorno del caudillo exiliado. Los días de diciembre, en sus aspectos negativos, en su demolición de la política, permitieron que Menem y López Murphy obtuvieran, dos años más tarde, en primera vuelta, el 41% de los votos, justamente las caras que representaban la ejecución de la entrega y la devastación, y el otro, uno de los mentores intelectuales de lo que se denostaba.
Luego, si el ballottage frustrado se hubiera producido, el rechazo a ese pasado inmediato hubiera sido contundente, como una forma de introducir en las urnas los pies que tomaron las calles. Ahí estaba lo transformador de los idus de diciembre.
En cambio, el segundo discurso se asentaba en el concepto que la política debía ser reemplazada por la gestión, la ideología suprimida en aras de la administración. Los que reaccionaban contra las consecuencias de la implementación superlativa del neoliberalismo, adoptaban una de las premisas neoliberales, aquella que se presentaba como la superación de lo existente, como el fin de las ideologías.
El neoliberalismo no se veía a si mismo como una ideología, sino como el sistema superador de todas las ideologías, basado en el mercado, la competencia, la eficiencia, la gestión.
Todo lo que viniera de la política era considerado corrupto. Todo lo que llegara por afuera, ya sea del campo empresarial o deportivo, era considerado positivo y superador.
En el pensamiento disgregado, no se asocia que para que haya un funcionario o político corrupto que se lleve el 10 o el 15% de un negocio, hay grupos económicos con figuras de empresarios que se quedan con la torta que aquella coima facilita.
Y sobre esta base, se asienta la estructura fundacional del macrismo, continuación aggiornada en el discurso y en sus máximos referentes del menemismo. Y más atrás de la dictadura criminal, a cuyo intendente capitalino, el Brigadier Cacciatore, el hijo de Franco elogia sin pudor.
Se considera a la gestión como algo al margen de la ideología. Y sobre la base de su “gestión” en Boca y su condición de empresario, las dos condiciones del segundo mensaje del 19 y 20 de abril se erige el macrismo. Los publicistas diseñaron el discurso, la estrategia, y convirtieron algo tan viejo y politizado como un representante del establishment en algo joven y nuevo.
El otro motivo es el fracaso relativo de los llamados gobiernos progresistas. Hay indudables hechos para rescatar y valorar, pero la distancia entre las expectativas que crearon y los hechos que concretaron abrieron un amplio campo para el escepticismo y la crítica. Además no desarticularon las mafias, las contrataciones oscuras, el amiguismo, mantuvieron o incrementaron la convivencia de los enormes desniveles sociales, lo que en la página bizarra del encuestador Artemio López denomina el ladriprogresismo.
El tercer factor fue el grosero error del gobierno de dividir la misma base social por causas no precisamente ideológicas, sino por las internas en el gobierno entre Alberto Fernández y Julio De Vido, y por las relativas muestras de independencia dadas por Jorge Telerman. A eso se suma la nariz de Cleopatra representada en este caso en cuestiones de alcoba y el desplazamiento de Aníbal Ibarra en una posible complicidad entre el entonces vicejefe de gobierno y el bloque mayoritario que responde a Mauricio Macri.
UN TRIUNFO CONTUNDENTE
Macri triunfó, igual que en las legislativas del 2005, en todos los barrios de la Capital.
Eso demuestra que ha logrado asociar a los sectores se mayores y menores ingresos como lo hizo al menemismo con el aditamento de franjas más numerosas de clase media.
Junto con una hábil campaña publicitaria aprovechó la disputa feroz entre Filmus y Telerman, planteando la idea que a las disputas y el conflicto opone las propuestas.
Conviene señalar que las llamadas propuestas son, por lo general, una mera manifestación de buenos deseos.
Su imagen acerca de la seguridad vinculada al orden y la represión del delito quedó instalada en la conciencia colectiva a pesar que a través de algunos de sus operadores más importantes flexibilizó ese discurso diluyéndolo con el de sus adversarios haciendo hincapié en la inclusión, la educación, la salud y el trabajo. La idea clara era decorar su imagen con algunas consignas alejadas de su arsenal, hacerla más potable en los segmentos que votaban a sus adversarios. Así sumó a aquellos “progres” que pueden enarbolar en el café un discurso a la izquierda del Che Guevara, pero que cuando un mozo tarda en traerle el café, son capaces de volverse irascibles y solicitar el despido del empleado. Son el voto vergonzante que le aportó alrededor de un 4%.
Habiendo votado Macri sistemáticamente desde 1983 por todos los candidatos que prometían y ejecutaron la jibarización del Estado, el haber formado parte de la patria contratista que lo transformó en gordo y anémico, pudo, no obstante, lamentarse en forma creciente del dolor que le causaba el Estado ausente.
La idea de “menos palabras y más hechos” quedó vinculada al Presidente de Boca, el mismo que como legislador fue una nulidad prepositiva y un ausente pertinaz a su trabajo, un ñoqui de esos sobre los cuales se descargaba la ira popular en el 2002 y 2003.
Su gestión como Presidente de Boca está surcada por un aparente orden, los éxitos deportivos, su autoritarismo, el desplazamiento de los que empalidecen su imagen como el exitoso Carlos Bianchi, negocios poco claros, un sesgo elitista, las populares convertidas en plateas a precios alejados de los bolsillos populares, las reelecciones reiteradas, la obligación de tener un patrimonio considerable para desempeñar un cargo de directivo.
Pero el macrismo además de una ajustada campaña publicitaria le agregó algunas tareas militantes muy meritorias, como el tocar timbres en los barrios y explicar sus consignas que parten, muchas de ellas, de los profundos prejuicios que anidan en diferentes estratos de la sociedad porteña.
Como broche final, designó a una vicejefa de mucha mejor formación y cintura que el heredero de Socma, hemipléjica y en silla de ruedas. Gabriela Michetti intenta aportar calidez y argumentos a una versión maquillada de los noventa. Michetti es el Photoshop del macrismo. Como el programa de computación, mejora la fotografía pero no cambia la realidad de lo fotografiado. Y en última instancia Gabriela Michetti es, con mayor nivel, Mauricio Macri con polleras. Y posiblemente, más temprano que tarde, seguirá la suerte de Carlos Bianchi.