Por Hugo presman
Ni con varios grados de graduación etílica o bajo los efectos de una pesadilla, se pudo haber imaginado el grado de avance en el camino equivocado, la circulación por la geografía del absurdo que ha producido el conflicto con Uruguay por las dos plantas de celulosa. El problema se enmarca en el contexto de un problema mayor, la crisis del MERCOSUR, y que puede terminar con su tupacamarización, posición que sostuve en la nota publicada el 5-02-2005 por la agencia Argenpress. Es imprescindible destrabar una situación esquizofrénica que alienta nacionalismos provincianos ridículos. O la escena arrancada del realismo mágico protagonizada por el senador uruguayo Jorge Saravia que propuso, según el editorial de Clarín del 26-02-2006, “la enseñanza de defensa nacional en los liceos del Uruguay, incluyendo el manejo de armas, en previsión de algún estallido entre los dos países. Su propio gobierno lo descalificó.”
Las torpezas cometidas por ambas partes ya forman parte de una historia desafortunada.
Inútil es refregarse los errores recíprocos. Es un problema técnico- político con consecuencias políticas y ambientales que debe ser resuelta sin perder dos premisas fundamentales: la necesidad de consolidar en los hechos, no en la hipocresía diplomática, un embrión de unidad latinoamericana y la compatibilización del desarrollo industrial con la protección del medio ambiente.
PROPUESTAS PARA BAJARSE DEL RING
En boxeo se dice que si uno no quiere, dos no pelean. Tampoco pelean dos boxeadores que tienen el mismo entrenador. Argentina y Uruguay pertenecen a la misma escudería, que es la historia y el futuro en común. La iniciativa para destrabar el conflicto debe provenir de la Argentina. Ningún Estado soberano o que se precie de tal, aceptará sentarse con otro que le bloquea dos de sus tres pasos fronterizos. Eso con prescindencia de las razones valederas que esgrimen los entrerrianos, fundamentalmente de Gualeguaychú. Los que pusieron, con justicia, el problema en el tapete. Pero que ahora es el tiempo de las soluciones, no de la publicidad del problema, para lo cual hay que convencerlos, obligación política de los gobiernos nacional y provincial, más allá de los costos políticos, que para comenzar a avizorar una solución, hay que levantar el bloqueo de rutas. Sería muy duro llegar a tener que desalojarlas por medios expeditivos. A partir de ahí, se puede aplicar el plan propuesto en aquella nota: “Lo primero que deben hacer ambos gobiernos es bajarse del caballo. Debe realizarse una reunión cumbre entre ambos presidentes. Parar por noventa días la continuación de las obras y poner todas las cartas sobre la mesa. Simultáneamente durante ese tiempo no debe haber cortes de rutas ni camiones abasteciendo las obras. Debe respetarse la soberanía uruguaya, actuando en un pie de igualdad, al tiempo que se debe recordar y poner en vigencia, en la práctica, el Estatuto del Río Uruguay que es un río compartido por ambos países. Nada que pueda afectarlo se puede hacer sin el consentimiento recíproco. Y esto no va en detrimento de la soberanía de cada país. Deben descartarse los informes sesgados del Banco Mundial y los interesados de las empresas. Poner toda la documentación existente a la luz pública y designar una comisión de 6 técnicos de prestigio, con visión amplia, tres de cada país, y un representante político por cada estado, para que en función de lo ya hecho, de los procedimientos a que se comprometen las empresas, determinen como se los mejora para compatibilizar la seguridad ambiental y la industrialización. Dicha comisión deberá expedirse en un plazo perentorio de 90 días.
Se debe actuar sin fundamentalismos inconducentes. Como dice Rodolfo Terragno: “Está claro: la industria del papel, contamina. Si no se quiere vivir en una sociedad pastoril -dependiente de naciones industriales, capaces de administrar los riesgos ambientales y no renunciar a las fábricas- se necesitan de reglas que recorten los riesgos.
El ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado, un protagonista con cierta epidermis intelectual, pero con una dermis similar al del brutal Jorge Batlle, del mismo partido, en camino de emular al radicalismo argentino en su tránsito hacia la nada, sostuvo con sensatez en una columna del diario La Nación del 24-02-2006: “ Que un Estado limítrofe corte la entrada a otro y que a partir de ello instale, incluso, un bloqueo del tráfico comercial atenta contra todas las normas jurídicas y principio de convivencia entre naciones. Este nivel del conflicto es, hoy por hoy, el mayor, y los gobiernos de ambos países deben buscar el modo de resolverlo antes de que vivamos desgracias mayores. Sería muy triste que tuviera que intervenir la comunidad internacional para zanjar un diferendo entre quienes dijo una vez Sáenz Peña que éramos una misma sociedad en dos Estados. Es evidente que Uruguay no puede sentarse a negociar bajo la presión inferiorizante del corte de su frontera, del mismo modo que, si ello se supera, debe dar toda la satisfacción que con legitimidad reclaman los vecinos de Gualeguaychú de tener acceso a la información y al control de lo que se está haciendo”
Se debe ser cuidadoso para que ni los gobiernos ni los pueblos queden o se sientan derrotados. Y en el futuro, proponer la creación de un organismo de control binacional sobre todos los cauces comunes.”
A este plan de acción, puede agregarse como complemento o como otra alternativa, la excelente idea del economista del campo nacional Carlos Leyba, integrante del equipo de José Beer Gelbard, en el tercer gobierno peronista, que en la revista Debate del 23-02-2006, escribió bajo el título “ Como bajarnos del cuadrilátero”: “La Argentina, como lo han hecho los países ricos de la Unión Europea como Alemania y Francia con los pobres como España, debe ofrecer su participación en ambos emprendimientos para asegurarse que se utilizará la tecnología más limpia. Por ejemplo, el presidente Kirchner podría ofrecer la alternativa de participar en el capital de esas empresas y aportar la “diferencia”, si existiera, para instalar la tecnología limpia que, por cierto existe. Los expertos estiman que, no superaría los 100 millones de dólares. Una manera lateral de evitar el daño e iniciar un diálogo. ¿Quién podría rechazar ese aporte sin demostrar que no es necesario porque la tecnología es limpia? La industria es necesaria y existe en el mundo, es un recurso productivo potencial de la región. Cualquiera sea la resolución habrá de incidir sobre el proceso de integración y, si o si, pondrá a prueba el Tratado como marco civilizatorio que se instaló para prevenir la acción directa, sea por el piquete o por la construcción de la planta sin dar razones. Un aporte de capital es una manera de romper el estancamiento por la vía de los intereses, que hoy es el lenguaje dominante. La acción es la medida del interés. Y el interés es bajarse del cuadrilátero.”
Como bien dijo Pepe Mújica: “el conflicto por las papeleras se ha transformado en irracional. Argentina no es un país hermano. Yo lo siento como un gemelo”.
Eso está muy bien Pepe. Pero como te canta la murga uruguaya “ Agarrate Catalina”: “La llave de la esperanza/la gente te la prestó/ahora querido Pepe/ ahora te toca a vos”
En las dilucidación correcta de la plantas de celulosa, sin vencidos, solo con los pueblos como vencedores, se podrá empezar a reformular el proyecto histórico del MERCOSUR. Basta que las partes recuerden la visión continental de Artigas y San Martín. A partir de allí, la solución está cercana.
Hay que desarmar el ring de esta crisis absurda. Si hay que subirse a él, el adversario de ambos países es otro, un peso pesado, del que hay que defenderse juntos.
Si no es así, lo que el conflicto irresuelto arrojará es una enorme contaminación política, con el olor podrido de un gigantesco fracaso. Entre sus brumas puede divisarse la sonrisa satisfecha del fantasma de Canning, del cadáver político de George W. Bush, y el vuelo de rapiña de sus halcones.