El último bodegón del bajo había cerrado sus puertas en febrero de este año y con él se iba un pedazo de historia de la gran urbe. El viejo edificio que lo albergó data de 1898 y está protegido por la ley 2548, aprobada por la Legislatura porteña el año pasado.
Sin embargo, el viernes último habían comenzado a demolerlo, una práctica demasido frecuente en la Ciudad de Buenos Aires, en estos tiempos de auge de los negocios inmobiliarios cuya voracidad parece haber instalado la modalidad de hecho consumado.
“Se presentó un pedido de permiso ante la DGROC, pero nosotros verificamos que la autorización de demolición hasta el momento no había sido concedida”, detalló la subsecretaria de Patrimonio Cultural porteña, Josefina Delgado, que impulsó un procedimiento administrativo de emergencia para frenar la obra. Finalmente, ésta fue clausurada por inspectores de la Dirección General de Fiscalización y Control (DGFOC). (Clarín 21/05/08).
En este caso, los responsables del GCBA tuvieron mejores reflejos que en la demoliciòn clandestina de la Casa Benoit en pleno Casco Histórico de la Ciudad de Buenos Aires (ver Demolición ilegal de la Casa Benoit) o bien aprovecharon la experiencia del caso, un ejemplo de la total impunidad con la que actúan algunas empresas al amparo de una legislación declamativa carente de penalidades severas. El GCBA prometió aplicar sanciones contundentes en esta demolición ya irreparable. La oficina de Prensa del Ministerio de Desarrollo Urbano informó a La Urdimbre que la empresa responsable tiene hasta hoy a las 19 para presentar su descargo. Las penalidades pueden llegar hasta 15 años de suspensión de la matrícula profesional.
El Navegante soltó amarras
Aunque el tradicional restaurante ya había cerrado y no era lo que supo ser en otros tiempos es imperativo que se conserve el edificio o su fachada y no se lo pretenda reemplazar con una construcción anodida y sin valor estético-arquitectónico, es decir que se haga respetar la legislación vigente cuya finalidad es preservar el perfil histórico de la Ciudad de Buenos Aires.
Un experto en temas gastronómicos rememora otras épocas mejores del viejo bodegón que ya hacía mucho había visto cambiar las características de sus parroquianos.
“En lugares, digamos, como El Navegante (de la calle Viamonte casi Bouchard) uno podía ver comer, cualquier día al mediodía, a periodistas de La Nación (o de Perfil, como el recordado Alejandro Sáez Germain, una de las plumas más cultas y sutiles de su época) disfrutando de una fantástica merluza a la gallega y hablando de fútbol –de mesa a mesa– con obreros del puerto cercano, o con ejecutivos de los bancos de la zona, o con los porteros del edificio de enfrente… Ese melting pot tan típico de muchos restaurantes argentinos prácticamente desapareció como consecuencia de la destrucción del tejido social de inclusión que comenzó en esos años. Hoy ningún obrero portuario puede ir a comer a la avenida Moreau de Justo ni ningún ejecutivo cambiaría el confit de pato de Puerto Madero por el arroz con pollo de la calle Viamonte, como hacían antes. Entre el quiebre de la vieja cocina argentina y el surgimiento de nuevas maneras de comer en lo público se produjo un vacío muy grande, una brecha que se agranda cada vez más.. Abel González, Crónicas del comer y del beber”
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