Agencia La Vaca
¿En qué se parecen los motoqueros, camareros, costureros, encuestadores, pasantes y empleados de call centers? La pregunta no es un chiste. Mucho menos la respuesta: todos son trabajadores precarizados que cobran bajos salarios, no gozan de sus derechos laborales y, hasta hace unos días, ni siquiera estaban organizados. Pero en las últimas semanas de 2006, impulsada por estudiantes de las facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires nació la Coordinadora de Trabajadores Precarizados, una suma de voluntades que tiene como objetivo compartir experiencias y diseñar estrategias de resistencia ante un modelo laboral que, como ellos dicen, les formatea el alma.
Además de los estudiantes, en los encuentros participaron integrantes del Sencue, la organización que agrupa a encuestadores en lucha, miembros del Sindicato de Mensajeros y Cadetes (SIMECA), trabajadores de call-centers y de la agrupación Oficios Varios, que reúne a trabajadores de distintas ocupaciones de la zona oeste del Gran Buenos Aires. También se sumó la Unión de Trabajadores Costureros (UTC), la organización que denunció la existencia de relaciones esclavistas en los talleres textiles del Bajo Flores. A ellos se unieron, además, un montón de trabajadores no organizados de los más diversos rubros, que abarcan desde desgrabadores hasta niñeras.
Hasta el momento, se llevaron a cabo tres reuniones de las que participaron unas 150 personas. Uno de los primeros debates intentó desmitificar a la pasantía como un beneficio para el estudiante. “Apuntamos a que se lo reconozca como un trabajo. Te dicen que es una posibilidad de tener un ingreso económico, con horarios flexibles que te permitan bancarte la carrera. O directamente te dicen que aportará experiencia para tu crecimiento profesional. Pero resulta que terminás cumpliendo las mismas tareas y trabajando las mismas horas de los que están en blanco, pero sin aguinaldo ni vacaciones ni obra social. El otro modelo es el del che pibe, que tampoco cumple con el concepto de pasantía, que se supone que es un espacio de formación profesional”, explica Emilio Arango, uno de los participantes del encuentro e integrante de la agrupación Oficios Varios.
Una de las primeras dificultades que analizó el nuevo espacio fue la imposibilidad de muchos estudiantes de asumirse como trabajadores. “Toman las pasantías como changas, como algo momentáneo, y eso termina avalando su propia condición de explotación”, subraya Arango y denuncia al Estado como el principal precarizador. Ejemplifica con la campaña que realizó el año pasado el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para implementar el programa de Ciudadanía Porteña, un nuevo plan de ayuda social para las familias carecientes. “Las condiciones de trabajo –dice- eran hiperprecarias. No tenían los materiales necesarios, exigían comenzar la tarea antes de firmar el contrato, no existía una fecha de pago concreta y si no llegabas a la cantidad de encuestas que ellos decían no te pagaban. Tenías que trabajar doce horas de lunes a lunes para poder hacerte de una suma digna. A tal punto, que los encuestadores pararon antes de comenzar el operativo y por lo menos consiguieron que le suban de 6 a 8 pesos el valor de la encuesta. Cuando tenían que ir a Ciudad Oculta, nadie los acompañaba y ni siquiera le avisaban a los referentes del barrio. A muchos los terminaron robando”.
Después de las dos primeras reuniones los precarizados decidieron conformar tres comisiones de trabajo: una de prensa y difusión, otra que analice herramientas legales para defender los derechos laborales y una tercera que estudie el rol que desempeñan en la precarización las propias universidades. “Son colaboracionistas en todo este proceso”, asevera Arango que señala que uno de los objetivos de la nueva organización consiste en demostrar que la precarización no es propia de un determinado trabajo ni exclusiva del segmento juvenil, sino la base de un modelo laboral.
En la última reunión, los trabajadores precarizados decidieron fijar una reunión mensual, a realizarse el tercer martes de cada mes a las siete de la tarde. La próxima, tendrá lugar en La Alameda, la vieja confitería ocupada por la asamblea de Parque Avellaneda, donde nació la Unión de Trabajadores Costureros. El gran desafío –pronostica Arango– consistirá en encontrar una forma de organización novedosa que permita enfrentar esta realidad. Convencido que la alta rotación de este tipo de trabajos conspira contra la construcción de confianza y de las luchas colectivas, apuesta a encontrar formas de resistencia distintas a la tradición sindical. ”Ellos –admite– fueron muy creativos para quitarse de encima el costo laboral, nosotros tenemos que serlo para defendernos”.