Por Natalia Badenes, Corresponsal Popular de Agencia Walsh
Al profesor Juan Carlos Fuentealba lo fusiló Darío Poblete, un sargento primero de la policía neuquina que le disparó una granada de gas lacrimógeno en la nuca y que tiene dos condenas judiciales por torturas contra detenidos en la Alcaidía de Zapala, en 2006.
Pero a Juan Carlos Fuentealba no lo mató sólo la granada a quemarropa de Poblete. A Juan Carlos Fuentealba lo mataron Sobisch y todos los gobernantes y políticos que creyeron y siguen creyendo que la represión es la única y mejor salida para resolver las protestas sociales.
Al docente lo mataron los que siguen exigiendo mano dura y votando a los políticos de mano dura. Incluso muchos que hoy se rasgan las vestiduras porque “mataron a un maestro” y porque “los maestros son sagrados”.
A Fuentealba lo mataron también un poco los que fueron a las marchas por el asesinato de Axel Blumberg con velas y pancartas, pero que ni siquiera pensaron en moverse de sus casas cuando mataron a Kosteki y Santillán, a Walter Bulacio, a Miguel Bru, a Victor Vital, a Teresa Rodríguez, a Victor Choque, a Martín Suarez, a Camila Arjona (de 14 años y embarazada), a Oscar Humberto Aredes, Roberto Argañaraz y Agustín Olivera, a Florencia Ramirez (6 años), a Andrea Viera, a Martín Quintana, David Moreno y Sergio Ferreira, entre tantísimos otros, todos ellos asesinados por torturas o por el gatillo fácil de la policía, en diversas provincias del país.
Quizás lo hayan matado también los medios de comunicación que no se preocuparon por difundir estos casos, tan ocupados con grandes hermanos, la última pelea entre modelos y la salud de Maradona. Tal vez lo dejaron morir los sindicalistas tibios, esos que nunca están al momento de los verdaderos reclamos, esos que siempre llegan una hora más tarde.
Fuentealba no murió en una ruta de Neuquén. Fuentealba ya estaba muriendo hace mucho. En Cutral-Có, en Ushuaia, en Río Turbio, en el puente Avellaneda, en cada calle del conurbano rabiosa de gatillo fácil, en cada comisaría, en cada centro clandestino de detención.
Y seguirá muriendo. Lo hará si después de compartir este paro nacional, si después de lamentar o llorar la injusta y terrible muerte de este docente, no se hace más nada.
Seguirá muriendo si el Gobierno Nacional continúa mirando para otro lado mientras en las calles de la mayoría de las provincias del país la policía (el Estado) sigue matando a una persona día por medio: en el país, día por medio una persona pierde la vida producto de la represión estatal (datos de la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional – CORREPI).
Fuentealba seguirá muriendo en Neuquén si Sobisch no renuncia. Pero también lo hará en miles de calles, rutas y puentes del país si no ocurre una toma de conciencia masiva. Si no dejamos de reclamar más seguridad individual, y comenzamos a actuar, a exigir, a participar en la construcción de un país donde NUNCA MÁS haya desaparecidos, torturas, represión y muerte. Fuentealba seguirá muriendo si no abrimos los ojos, si nos quedamos de brazos cruzados. Si no salimos a gritar, hoy, mañana, pasado y los días que siguen: basta de represión, basta de muertes, basta de gatillo fácil, basta de mano dura que en todo el país se expresa con el mayor de los desprecios sobre la vida de los más débiles. Basta.