Por Héctor Corti, de ANC-UTPBA
Vinieron para quedarse y está muy bien que haya sucedido así, más allá de todos los problemas y persecuciones que tuvieron -y tienen- que enfrentar a partir del mismo momento de su aparición. Es que las radios barriales, comunitarias y universitarias de media y baja potencia, las “FM truchas”, como algunos, despectivamente, todavía intentan descalificarlas, ya transitan la tercera década desde que este fenómeno comunicacional “explotó” en la Argentina, allá por los años ´80 del siglo pasado, y han demostrado con claridad el porqué de su existencia: cumplen una función social.
Molestan y mucho, seguro. Si no fuera así, el poder concentrado y quienes representan sus intereses en distintos sectores de la sociedad, no perderían el tiempo ocupándose de estas emisoras. No impulsarían aun hoy, cuando se trata de discutir una nueva legislación democrática y pluralista en materia de comunicación, esos operativos confiscatorios de equipos en nombre de la “legalidad”, que buscan silenciar lo que ya no se puede acallar. Porque estas radios tienen de su lado la legitimidad que le dieron las personas que las escuchan y participan diariamente de sus programaciones.
Si se hace un poco de historia, si cada uno realiza un ejercicio de memoria como oyente, no aparece ninguna dificultad para entender qué pasó y por qué las emisoras de media y baja potencia, aun con contradicciones e inexperiencias, pudieron instalarse, permanecer y prevalecer en la opción y elección de una buena parte de la población.
La prioridad en la grilla de programación que le dan al interés local y regional, sea en lo social, político, cultural, artístico, deportivo, educativo o científico es el eje que diferencia claramente a estas radios de otros medios nacionales, que con algunas excepciones, tienen como regla ocuparse de estas cuestiones cuando rozan el escándalo o la catástrofe.
Esa es la función social que cumplen. Atender con seriedad el interés de la comunidad. Y eso significa visibilizar las experiencias que realizan sus integrantes. Dar a conocer los pequeños logros alcanzados. Impulsar espacios de organización y participación. Brindar el lugar que se merece al investigador, al educador, al artista, al deportista, al político, a la organización social o vecinal fuera de cualquier lógica gobernada por “el minuto a minuto”, por la especulación sobre si tendrá mayor o menor audiencia o si lo acompañará más o menos anunciantes.
¿Acaso de esta manera no se ejerce el derecho a informar y ser informado? ¿Qué otra cosa es la declamada libertad de expresión, sino la posibilidad que tiene cada ser humano de comunicar lo que tiene para decir? ¿Quién, si no estas emisoras o los medios regionales, abren sus espacios a las personas sin especulaciones?
Detrás de cada emisora hay mucho esfuerzo. Hay decenas de miles de trabajadores de prensa, de comunicadores sociales, que no dejan de lado la capacitación ni la creatividad para mejorar la producción periodística y cultural que realizan. Llevan acumulados casi tres décadas de experiencia y van por más. Cuando la UTPBA lanzó la campaña “Esta radio no se toca” para organizar la defensa colectiva frente a los intentos de cierre y confiscación de equipos, las voces y los brazos se multiplicaron para concretarla en cada lugar.
Las radios barriales, comunitarias y universitarias llegaron para quedarse. Ocupan un espacio que hasta entonces estuvo vacío. Y mientras esperan que la democracia salde su deuda contemplándolas en una legislación comunicacional que les de la “legalidad”, continúan con la legitimidad que les otorgó su comunidad para seguir funcionando, para no silenciarse. Y está muy bien