Equipo de Sacerdotes para las villas de emergencia *
Vivir en la villa hace que los sacerdotes del equipo para villas de emergencia tengamos una mirada particular de esta realidad, que difiere la mayoría de las veces de la observación que pueda tener alguien que viene de afuera de la villa, ya sea un profesional o alguien vinculado a la actividad política.
Vivir en la villa nos hace comprender, entender y valorar la vida en ella de manera distinta a lo que se escucha habitualmente en el periodismo amarillo, que parece sugerir que las villas son las causantes de la mayoría de los problemas de nuestra querida Buenos Aires.
En estas reflexiones queremos acercar una mirada positiva de la cultura que se da en la villa, ya que para nosotros es una gracia de Dios vivir en ella.
No ignoramos los delicados problemas que los vecinos vivimos en la villa: la violencia familiar, los abusos, el consumo de drogas, sólo por nombrar algunos; aunque estos y otros están también presentes en el resto de la ciudad de forma menos expuesta, o más maquillada. Como sacerdotes intentamos humildemente mirar de frente los problemas, verlos con el corazón y comprometernos con las manos en su resolución.
Sin embargo, para nosotros la villa no es un lugar sólo para ayudar, es más bien el ámbito que nos enseña una vida más humana, y por consiguiente más cristiana. Valoramos la cultura que se da en la villa, que surge del encuentro de los valores más nobles y propios del interior del país o de los países vecinos, con la realidad urbana.
La cultura villera no es otra cosa que la rica cultura popular de nuestros pueblos latinoamericanos. Es el cristianismo popular que nace de la primera evangelización; el pueblo siempre lo vivió como propio, con autonomía y siempre desde su vida de cada día. Es un cristianismo no eclesiástico, ni tampoco secularista, sino con auténticos valores evangélicos.
Cuando el pueblo que vive en la villa celebra, celebra la vida, la vida natural, pero como es cristiano por su fe sabe que esa vida culmina, se plenifica en la Vida de Dios. Cuando por ejemplo celebra a la Virgen (Luján, Caacupé, Copacabana, etc.) en esas fiestas pone en juego valores como la fraternidad, la solidaridad y la paz, ya que es la Madre de todos, la que nos convoca y en este tipo de fiestas fortalece el tejido social. El pueblo que celebra en la villa celebra la vida, porque se organiza en torno a ella, anhela y lucha por una vida más digna. Y, en este sentido, la cultura villera tiene un modo propio de concebir y utilizar el espacio público. Así la calle es extensión natural del propio hogar, no simplemente lugar de tránsito, sino el lugar dónde generar vínculos con los vecinos, dónde encontrar la posibilidad de expresarse, el lugar de la celebración popular.
La cultura de la villa tiene características muy positivas, que son un aporte para el tiempo que nos toca vivir, se expresa en valores como la solidaridad; dar la vida por otro; preferir el nacimiento a la muerte; dar un entierro cristiano a sus muertos; cuidar del enfermo, ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa; compartir el pan con el hambriento: “donde comen 10 comen 12”; la paciencia y la fortaleza frente a las grandes adversidades, etc. Valores que se sustentan en que la medida de cada ser humano es Dios, y no el dinero.
La cultura villera señala valores evangélicos muy olvidados por la sociedad liberal de la ciudad. Sociedad liberal que se organiza y hace fiesta en torno al poder y a la riqueza, y que es expresión de ideologías de derecha a izquierda.
Por eso, ante el planteo de urbanización de las villas —planteo que preferimos al de erradicación la cual nos recuerda las topadoras— nos preguntamos qué significa.
Porque, ¡Atentos! Si urbanización significa que la cultura porteña invada con su vanidad la cultura villera pensando que progreso es darle a los ‘villeros’ todo lo que necesitan para ser una “sociedad civilizada”, no estamos de acuerdo.
¿Por qué pensar que el cambio de apariencias —cambio de una casa de ladrillo y chapa hecha por el esfuerzo del villero por otra casa del Instituto de la Vivienda de varios pisos— es ya un progreso?; en este caso, ¿urbanización no será más bien otra cosa que aprolijar la villa para que el resto de la ciudad no chille y dejarla conforme?; ¿cuando se piensa en urbanizar, se piensa solamente en hacer casas que estén pintadas?, ¿acaso no hay sobrados ejemplos de barrios que cambiaron su fisonomía y su realidad es peor que la vivida hace tiempo?
Pensamos que la palabra urbanizar es unilateral, se da desde el poder —no necesariamente con mala intención— y muestra una desvalorización de la cultura de la villa. Creemos que la ciudad piensa que debe eliminar la villa y que desconoce su cultura popular multifacética. El planteo de urbanización debe ser respetuoso de una auténtica cultura como es la villera y no querer barnizarla, o lo que es más grave aún borrarla de un plumazo.
No creemos en esta urbanización, más bien creemos en un encuentro de culturas que conviven, aprenden, comparten. ¿Acaso no sería bueno que el resto de los barrios porteños conozcan y valoren las vivencias y creencias de los villeros? Si la ciudad no quiere colonizar la villa deberá tener un corazón humilde capaz de escuchar la palabra de inmensas barriadas que tienen mucho para decir.
La excesiva mediatización del gobierno y organismos a través de los punteros barriales ha sido a lo largo de los años uno de los factores del gran desconocimiento de la villa y de su cultura.
A algunos que quizás comenzaron como representantes de su barrio los han convertido en representantes remunerados de otros intereses, la referencia de lo que es la villa quedó en manos de este puñado serviles al sistema. Por eso, son pocos los que desde los estamentos del gobierno u organizaciones conocen y valoran la cultura villera.
¿Que elementos entonces debería contemplar este encuentro de culturas donde urbanizar no sea colonizar, sino más bien una integración de culturas que dialogan y aprenden entre sí dando lo más positivo que tienen?
¿Acaso urbanizar no sería más bien crear situaciones positivas donde se den las mismas posibilidades a los que viven en la villa que a los que viven en Belgrano o cualquier otro lugar de la ciudad? ¿No será urbanizar garantizar el acceso escolar para todos los niños y jóvenes de las villas, o que cuando se inauguren las salitas de salud cuenten con lo mínimo indispensable como son las cloacas?
¿No será urbanizar el día que los médicos, sacerdotes, abogados, profesores o capataces surjan de las villas para que imbuidos de la solidaridad de la cultura villera pongan su vida al servicio de su barrio, de la ciudad, del país?
Más que urbanizar nos gusta hablar de integración urbana, esto es, respetar la idiosincrasia de los pueblos, sus costumbres, su modo de construir, su ingenio para aprovechar tiempo y espacio, respetar su lugar, que tiene su propia historia.
Sin duda debe haber un camino de mejoramiento de la calidad de vida en las villas —fue y es una preocupación de este equipo— pero es fundamental en este camino poner el oído en el corazón del villero para que las posibles soluciones no provengan de oficinas donde trabajan técnicos que ignoran la realidad, y que en lugar de mejorarla la empeoran. Sirvan de ejemplo esos planes que se bajan indiscriminadamente, y que en vez de incentivar el estudio facilitan que el chico deje la escuela para cobrarlos, o que la motivación para hacer una actividad deportiva vaya detrás de un plan. Este tipo de asistencialismo —o habría que decir clientelismo— perpetúa la dependencia mental y atrofia la capacidad de los asistidos para convertirse en ciudadanos responsables de su futuro.
Por lo tanto, entendemos que lo positivo de la urbanización es una preocupación del resto de la ciudad para con la villa, tratando de darle una mejor calidad de vida, pero a nuestro entender, así sin más sería no valorar y tener presente lo que la villa puede aportar al resto de la ciudad. Para nosotros la integración urbana sería el camino que debería recorrerse en la Ciudad de Buenos Aires.
* Rodolfo Ricciardelli, Enrique Evangelista y Adolfo Benassi de la Villa 1—11—14.
José María Di Paola, Carlos Olivero y Nibaldo Leal de la Villa 21—24 y N.H.T. Zabaleta.
Sebastián Sury y Walter Medina de la Villa 15.
Guillermo Torre y Marcelo Mirabelli de la Villa 31.
Gustavo Carrara y Martín De Chiara de la Villa 3 y del Barrio Ramón Carrillo.
Sergio Serrese de la Villa 19.
Jorge Tome y Franco Punturo de la Villa 20.